Una ciencia para estar solo

Cada año, en el cumpleaños de Mayra, desde cuando cumplió uno, le he pedido a Sonia que se case conmigo. Este año nuestra hijita cumplió cinco. Cada rechazo tiene su propia historia, pero sólo hasta hace poco, antes de que las dos se fueran, yo prefería imaginar esos momentos como una prolongada e ininterrumpida comunicación.

Debido a mi despido del Banco, experimentaba por primera vez la pobreza de verdad, distinta a esos otros tipos de pobreza a los que había sobrevivido anteriormente. Se habia manifestado primero como un estado mental: un pánico absorbente, una especie de vértigo, aunado a la certeza de que todos mis infortunios eran un engaño elaborado.

Sonia había sido mi estudiante en un instituto preuniversitario. Para cuando no pasó el examen final por segunda vez ya éramos amantes. Un año más tarde, a los 21, ya estaba embarazada con Mayra. Seguíamos sin casarnos y sin intención de hacerlo. De hecho, yo nunca tuve la oportunidad de proponérselo.Al mismo tiempo que me anunciaba que estaba embarazada dijo que era demasiada joven para casarse. Yo acababa de cumplir los 29 y también me sentía demasiado joven.

Estalló el escándalo. Nuestros respectivos padres, que se despreciaban mutuamente, se reunieron para negociar. Decidieron forzarnos a que nos casáramos. Invocaron la decencia y el decoro. Yo llegaba todas las noches a la casa para recibir reproches por mi irresponsabilidad. A Sonia la amenazaban con todo tipo de tormentos.

Mayra nació el 5 de febrero, en 1996. Yo me encontraba en la sala de partos, observando ese proceso mágico, con un temblor en mis débiles rodillas. Fue el dia más completo de mi vida.Observé las piernecitas y los bracitos de Mayra y la suave frescura de su cara diminuta. Sus ojos castaños eran del mismo tono que los de su madre, y en ese instante las dos se convirtieron en mi religión. Sentí que deseaba llorar ante la belleza de su pequeño cuerpo, de su ser puro. Y llorar también por lo que había hecho.

Mis egoístas faltas parecían ahora un obstáculo infranqueable si es que yo pretendía alguna vez ser su padre.Un par de meses después del nacimiento de Mayra, Sonia viajó a Estados Unidos para aprender inglés. Su familia la quería lejos de mí, lejos del estrés.

Durante medio año, visitaba a mi hija tres veces a la semana, soportando los incómodos silencios de los Sepúlveda, quienes no sabían si despreciarme o aplaudir mi persistencia.Por las noches inventaba escenarios en una gama que iba de lo trágico a lo maravilloso.
Sonia en USA, conociendo a un hombre que le removió el piso. Un hombre alto, blanco. Un hombre con plata. Un hombre más apuesto que yo. Por supuesto más cariñoso. Un mejor papá. Esas eran mis pesadillas cuando imaginaba que la había perdido para siempre.

Pero al mismo tiempo me dejaba llevar por otro sueño: Sonia regresando, desengañada por lo que había visto allá, sobrecogida por la depravación que le había descrito su padre (Quien vivió un tiempo en USA), perdonándome, dispuesta a comenzar de nuevo.

En esta ciudad, no hay nada más inútil que imaginarse una vida. El dia siguiente es tan incierto como el año que viene, y no hay nada sólido de dónde cogerse. No hay trabajo. No hay nada que yo hubiera podido prometerle en ese momento que no estuviera construido sino en la imaginación. O aún peor, en la suerte.Mayra ya estaba despierta del todo, y se sentó en la cama: “Papi”, gritó, señalando mi barriga. “¡Estás gordo!”“¡Mayra! Dijo Sonia. “¡No seas grosera!”Pero a mi me pareció chistoso. Me reí. No estoy gordo; lo que sucede es que ya no soy joven.

Me agarre la barriga y durante unos segundos fingí que mi ombligo era el orificio de una bala, que estaba mortalmente herido. Caí al piso, “Ay, Mayra”, grité.Mi hija gateó hasta el borde de la cama y se tendió allí, mirándome a los ojos mientras yo seguía echado en el piso…..Soltó una sonrisa amplia y picara y yo cerré los ojos.Imaginen los extraños y terribles silencios, los espacios vacíos.

Imagínense marchitándose en este lugar sin ninguna compañía. Piensen en una hija viviendo en un lejano país del norte, con sus vientos fríos y sus lluvias torrenciales, esforzándose por reconocerlos entre un flujo de imágenes y sonidos y aromas borrosos….

Imaginen que ella olvide su español, y que entonces todos sus temores y esperanzas y amores y sueños queden atrapados, perdidos en una bóveda de resonancias extrañas.

Creo que Sonia debió haber reconocido que me encontraba ausente porque se quedó callada.Mi hija se había vuelto a subir a la cama y se sentó, las piernas cruzadas por debajo, observándonos como si asistiera a una obra de teatro.
Y no hubo trompetas ni violines ni ningún otro sonido. Sólo el silencio.

Hasta Pronto
CARLOS (Tigre sin Tiempo)

Fuente: El resumen y selección de los textos fue extraído del libro “Guerra en la Penumbra” del joven escritor peruano Daniel Alarcón. Editado en USA el 2005