Director de orquesta y su esposa mueren por suicidio asistido

La familia de la pareja dijo que ambos murieron en circunstancias que ellos mismos eligieron.

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El conocido director de orquesta británico Edward Thomas Downes, murió junto a su esposa a la edad de 85 años, luego de viajar juntos al centro de suicidio asistido Dignitas, en Suiza.

Downes y su esposa Joan, de 74 años -quien padecía una enfermedad terminal- optaron por poner fin a sus vidas en ese centro, según informaron sus familiares a través de un comunicado.

Según el comunicado, la pareja «murió tranquilamente y bajo las circunstancias que ellos mismos eligieron».

Edward Downes mantuvo una relación laboral de 40 años con la Orquesta Filarmónica de la BBC.
«Nuestro padre, que tenía 85 años, casi ciego y sordo, tuvo una larga, vigorosa y distinguida carrera como director de orquesta», añadió su familia.

«Nuestra madre, que tenía 74 años, comenzó su carrera como bailarina de ballet y posteriormente trabajó como coreógrafa y productora de televisión, antes de dedicar los últimos años de su vida a trabajar como la asistente personal de nuestro padre».

«Ambos vivieron sus vidas al máximo y se consideraban extremadamente afortunados de haber vivido unas vidas tan gratificantes, en lo personal y en lo profesional».
Un portavoz de la policía indicó que las muertes estaban siendo investigadas debido a que el suicidio asistido es ilegal en el Reino Unido.

Al menos 115 personas del Reino Unido han viajado a Suiza para morir pero hasta ahora nadie ha sido procesado judicialmente.
Según el corresponsal de la BBC, Rob Norris, el suicidio asistido es ilegal en todo el mundo, excepto en Suiza, Bélgica, Holanda y Oregón, en Estados Unidos.
Una vida de éxitos
Nacido en Birmingham, Inglaterra, el 17 de junio de 1924, Downes comenzó a tocar el violín a la edad de cinco años.

Edward Thomas Downes tuvo muchos éxitos profesionales.
Una beca de estudios de dos años en Aberdeen, Escocia, le permitió a Downes estudiar con el eminente conductor de orquesta alemán Hermann Scherchen, lo cual a su vez le permitió materializar su meta de ser director de orquesta.

En 1952 se unió a la Royal Opera donde por 17 años se mantuvo como miembro.

Downes se convirtió en director de música asociado en 1991 y dirigió un amplio repertorio en la sede de la Royal Opera, en Covent Garden, Londres, por más de 50 temporadas consecutivas.


El director de orquesta de renombre mundial comenzó su relación laboral con la Orquesta Filarmónica de la BBC como director de orquesta invitado. Posteriormente se convirtió en director principal de 1980 a 1991 y luego pasó a ser director emérito.

En 1970 fue designado director musical de la Ópera de Australia y condujo la primera interpretación en la Casa de la Ópera de Sydney.

Downes fue director jefe de la Orquesta de Radio Netherlands hasta 1983 y realizó muchos viajes como conductor a teatros de ópera y orquestas en todo el mundo.

Edward Thomas Downes recibió la orden de «Comandante del Imperio Británico», una distinción conferida a todos aquellos que hacen algo significativo en nombre del Reino Unido.
Posteriormente en 1991, le fue concedido el título de «Caballero del Imperio Británico».


* BBC Mundo

Seducidos por la muerte

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El debate sobre la eutanasia suele girar en torno a casos límite. Pero la ley se hace para la generalidad, y por eso es necesario atender a los resultados de los pocos países que la han legalizado. Así lo hizo el Dr. Herbert Hendin, al estudiar sobre el terreno la experiencia de Holanda, y donde habló con sus principales promotores.Hendin es catedrático de Psiquiatría en el New York Medical College y una autoridad en la prevención del suicidio. Ofrecemos una selección de párrafos de su libro Seducidos por la muerte, que acaba de traducir la editorial Planeta (1).

 

La aceptación de la eutanasia ha llevado a que se descuide el desarrollo de los cuidados paliativos
Mi experiencia con enfermos graves con tendencias suicidas me hacía temer que éstos se convertirían en víctimas en una situación en la que el suicidio asistido y la eutanasia fueran legales. Éste era mi temor cuando empecé a estudiar la eutanasia, y lo que vi en Holanda me confirmó que este temor estaba justificado.
Sin embargo, pensé que, como en Holanda la asistencia sanitaria está garantizada para todos, la eutanasia se situaba allí en un contexto en el que los pacientes tendrían como alternativa unos cuidados paliativos mejores que los que tenemos en Estados Unidos. Pero me di cuenta de que esto no era cierto, y de que además la aceptación de la eutanasia estaba llevando precisamente a que se descuidara el desarrollo de los cuidados paliativos. La eutanasia, que se había propuesto como solución necesaria para unos pocos casos extremos, se había convertido en una manera casi rutinaria de tratar la ansiedad, la depresión y el dolor en pacientes graves o terminales. Lo que he visto después en Holanda y Estados Unidos me ha convencido de que hay que evitar la legalización de la eutanasia porque los cuidados paliativos se descuidarían y empeorarían.
Esto puede parecer sorprendente, pero igualmente sorprende que la eutanasia, al contrario de lo que esperan sus promotores, incremente el poder de los médicos, no el de los pacientes. Esto ocurre porque los médicos pueden proponer la eutanasia (lo cual tiene una gran influencia en la decisión del paciente), pueden ignorar la ambivalencia del paciente, pueden dejar de proponer alternativas y pueden matar a pacientes que no lo habían pedido.
Imposible de regular
Para mí fue igualmente importante darme cuenta de que es imposible regular la eutanasia. Saqué esta conclusión de los informes del gobierno holandés, de hablar con los investigadores que los hicieron, y de los casos que me presentaron. El hecho de que el reconocimiento legal crea un clima cultural que favorece la desobediencia a cualquier normativa es algo que queda bien reflejado en que el 25 por ciento de los médicos reconocen haber dado medicinas para acortar la vida sin el consentimiento de los pacientes. El asesoramiento ha quedado en un mero formalismo. A los pacientes no se les ofrecen alternativas. Y como en la mayor parte de los casos no se informa a las autoridades, la regulación es imposible.
(…) Es sorprendente la desinformación que hay sobre estos temas, incluso entre médicos. Los defensores de la eutanasia han enturbiado las aguas de tal manera que varios doctores me dijeron que habían practicado la eutanasia, cuando en realidad lo que habían hecho es acceder a retirar un tratamiento a un paciente que se estaba muriendo.
Además, pocos médicos saben que es posible eliminar todos los dolores con cuidados paliativos adecuados, si se incluye la sedación en los casos necesarios. Cuando se dan cuenta de esto, la mayoría de los médicos prefieren esos métodos (…).
Los que se mantienen más firmes en su opinión son las personas, incluso médicos, que han tenido la experiencia traumática de la muerte con dolor de un familiar o de un ser querido; han quedado convencidos de que la legalización de la eutanasia es la única manera de prevenir el sufrimiento que vieron.
Un ejemplo de esto es la doctora Marcia Angell, defensora de la eutanasia y editora del New England Journal of Medicine, que publicó la historia de la muerte de su padre como argumento para la legalización del suicidio asistido. (…)
Los familiares suelen sentirse culpables después de un suicidio. Echar la culpa a la sociedad, por no permitir el suicidio asistido, es una manera de tratar ese sentimiento.
El cambio social que podría ayudar a personas en la situación del padre de Angell sería que los médicos y familiares hablaran más abiertamente con los que se están muriendo. Es notable que, cuando esto ocurre, los pacientes dejan de tener prisa por morirse, se sienten agradecidos por el tiempo que les queda y no sienten que mueren solos y abandonados.
Aún más firmes suelen mostrarse los que han llegado a ayudar en el suicidio de un amigo, familiar o paciente. Muchos tienen la necesidad de justificar lo que hicieron proclamando no sólo que aquello estuvo bien hecho, sino que la sociedad entera debería reconocerlo legalizando el suicidio asistido. (…)
Otras opciones
Sin embargo, la mayor parte de la gente es más flexible. Cuando dicen que están a favor del suicidio asistido, lo que quieren decir es que quieren que el médico haga todo lo posible para eliminar el sufrimiento. Y cuando comprenden que hay otras opciones, aparte de sufrir o ir a una muerte rápida, cambian de opinión. Cuando se dan cuenta de lo que pasa cuando el suicidio asistido y la eutanasia se ponen en práctica, quedan todavía más convencidos.
Pero la gente está muy desinformada, a causa de los defensores de la eutanasia. Por ejemplo, se propone el suicidio asistido como alternativa a la eutanasia practicada directamente por el médico, ya que la opinión pública es más reticente en aceptar esta última. Pero tanto los defensores como los detractores de la eutanasia están de acuerdo en que, una vez admitido el suicidio asistido para los que pueden suicidarse, será imposible (legal, médica y moralmente) evitar que se llegue a la eutanasia realizada directamente por el médico.
Los problemas médicos y legales a los que se enfrentan médicos y pacientes en Oregón, donde la ley permite el suicidio asistido, son enormes. Los médicos no saben qué medicinas usar, o si van a ser efectivas, o qué efectos secundarios tendrán. La dosis letal de barbitúricos (que, basada en la experiencia holandesa, es recomendada por la Sociedad Hemlock) en el 25 por ciento de los casos no produce la muerte incluso tres o cuatro horas después de haber sido administrada. Los que trabajamos con personas que han intentado suicidarse vemos casos en los que, tras ingerir una cantidad mayor incluso que la dosis letal, el paciente entra en coma durante varios días. Algunos mueren, y otros viven con resultados impredecibles.
En Holanda, cuando se produce un estado de coma prolongado tras un intento de suicidio asistido, el médico administra una inyección letal. En Estados Unidos los familiares y amigos no pueden soportar la incertidumbre de un estado de coma prolongado y se sienten obligados a ahogar al paciente con una bolsa de plástico. Esto es lo que le ocurrió a Jane, el único paciente descrito en el segundo libro de Timothy Quill al que se le administró una dosis letal de fármacos. Los amigos de Jane le dijeron a Quill, algunos meses después, que tuvieron que usar una bolsa de plástico para acabar con su vida. Lo mismo le ocurrió a George Delury, que reconoció que tuvo que usar una bolsa de plástico porque su mujer no murió con la dosis letal que le había preparado. Por supuesto, si hay un médico presente, probablemente use la inyección letal; en cualquiera de esos casos uno empieza con un suicidio asistido y termina con la eutanasia.
Cuando la ley no se respeta
(…) Se tiene la impresión de que en el suicidio asistido por médico el paciente está protegido porque su participación es activa. Pero (…) el suicidio asistido también tiene sus peligros e inconvenientes. A diferencia de la eutanasia, se suele usar con gente que todavía no está próxima a morir. También es más probable que sean pacientes que están sufriendo una depresión como consecuencia de una enfermedad y que, si ésta se tratara adecuadamente, querrían vivir.
Los defensores de la eutanasia han exagerado el número de médicos que la practican, y dicen que hay que legalizarla para así poder regularla. El argumento no parece muy convincente: ¿hay que cambiar la ley simplemente porque no se respeta?, y ¿qué nos hace pensar que los que ahora no cumplen la ley después van a respetar las normas que entonces se propongan? La experiencia de Holanda nos indica más bien que la legalización crea un clima favorable a la desobediencia a las normas. En cualquier caso, la ley nunca permitirá que los médicos acaben con la vida de un paciente sin su consentimiento, pero los médicos que ya lo hacen ahora se sentirán aún más libres de hacerlo cuando se permita la eutanasia.
No es una oposición solo religiosa
Parte de la desinformación creada es hacer creer que la oposición a la eutanasia es cosa de la Iglesia católica o de la derecha religiosa. A los votantes de Oregón se les decía: ¿vais a permitir que la Iglesia católica dicte el modo en que tenéis que morir?
Se ignora que la Asociación Médica Estadounidense (AMA, en sus siglas en inglés) es probablemente la organización que de modo más importante se opone a la legalización. De hecho, el informe de la AMA en contra de la legalización (suscrito también por la Asociación Estadounidense de Enfermería, la Asociación Estadounidense de Psiquiatría y otras muchas asociaciones médicas) fue el documento más citado por el Tribunal Supremo en su reciente decisión sobre el suicidio asistido y la eutanasia. Otras muchas asociaciones y grupos presentaron informes al Tribunal Supremo oponiéndose a la legalización del suicidio asistido.
(…) Entre los médicos, los más opuestos a la legalización son los especialistas de cuidados paliativos, los que cuidan a pacientes mayores y los psiquiatras con experiencia de pacientes suicidas. Es decir, los médicos con mayor conocimiento y experiencia en el cuidado de pacientes que piden el suicidio asistido son precisamente los que, en general, más se oponen a su legalización: saben que la legalización es una respuesta desinformada al reto de ayudar a esos pacientes.
Los que apoyan la legalización dicen que también ellos están a favor de los cuidados paliativos, pero parecen estar mucho más a favor del suicidio asistido y de la eutanasia. Su afirmación, recogida en su informe al Tribunal Supremo, de que retirar el tratamiento es algo equiparable al suicidio asistido, sólo sirve para confundir a los médicos y familiares, creando dudas cuando un paciente pide que se le retire un tratamiento. Igual de dañino resulta su comentario de que la sedación requerida a veces al final de la vida es como una tortura. Afortunadamente, el Tribunal Supremo rechazó ambos argumentos. Los médicos que se oponen al suicidio asistido y a la eutanasia son los que están haciendo que los cuidados paliativos avancen. Saben que el suicidio asistido y la eutanasia son mala medicina. Mala para los médicos, mala para los pacientes y mala para la sociedad.
Eutanasia sin consentimiento
El estudio Remmelink [un estudio oficial de 1990 sobre la práctica de la eutanasia en Holanda] utiliza una expresión aún más cruda, «terminación del paciente sin su petición explícita», para referirse a la eutanasia realizada sin el consentimiento del paciente tanto si es éste competente para decidir como si es sólo parcialmente competente o simplemente incompetente.
El estudio revela que en más de mil casos el médico admitió haber causado o acelerado la muerte del paciente sin que éste lo pidiera. En un 30 por ciento de esos casos, la razón aducida fue la imposibilidad de tratar el dolor de manera efectiva. En el 70 por ciento restante, las razones aportadas fueron variadas, desde un «le faltaba calidad de vida» hasta un «se le retiró el tratamiento, pero el paciente no moría». La Comisión Remmelink no consideró que esto supusiese un problema desde el punto de vista moral, pues el sufrimiento de esos pacientes era «insoportable» y, en cualquier caso, habrían muerto normalmente pronto. El 27 por ciento de los médicos indicaron que habían terminado la vida de algún paciente sin petición alguna; otro 32 por ciento dijo que, llegado el caso, así lo harían.
(…) Yo tenía curiosidad por saber cómo reaccionaría Eugene Sutorius [célebre abogado defensor de médicos en casos de eutanasia] al decirle que miles de pacientes lúcidos y no lúcidos eran llevados a la muerte sin su consentimiento. Cuando se lo comenté me dijo que había momentos en los que los médicos sentían que tenían que actuar porque los pacientes o las familias no podían hacerlo. Sabía de un caso en que un doctor había puesto fin a la vida de una monja unos días antes de que hubiera fallecido por muerte natural porque tenía muchos dolores y el médico sabía que las convicciones religiosas de la monja no le permitían pedir la eutanasia. Sutorius no encontró ningún argumento, sin embargo, cuando le pregunté por qué no se le había permitido a la monja morir de la forma en que quería. (…)
«El médico decide»
En el caso de un paciente que no puede decidir por sí mismo, ¿quién debe decidir si debe vivir o morir? El profesor Joost Schudel, director del subcomité de la KNMG [Real Sociedad Holandesa de Medicina] sobre decisiones médicas para la terminación de la vida, que se encarga de las decisiones de poner fin a la vida de pacientes que no son mentalmente competentes, declaró sin ambigüedad: «El médico decide».
El profesor Schudel me explicó que el criterio rector que el médico debe seguir con esos pacientes es el de preguntarse a sí mismo si él aceptaría vivir si estuviera en su lugar. Le pregunté si los familiares podrían decidir que el paciente siguiera con vida y Schudel repitió que no, que «el médico decide», añadiendo que Holanda no es Estados Unidos, donde los pacientes tienen más importancia en las decisiones médicas. Parece que en el contexto holandés la relación entre el paciente y su médico está alcanzando una nueva dimensión en la que los deseos del doctor se suponen idénticos a los del paciente.
En pacientes dementes
(…) En cierta forma, los holandeses están como atrapados en lo que se refiere a los pacientes con demencia. Según su definición, la eutanasia sólo es posible en pacientes lúcidos, así que no pueden aprobarla para personas dementes. Los pacientes que sienten los primeros síntomas de alzheimer pero que temen que su enfermedad empeore pueden, mientras estén todavía lúcidos, pedir la eutanasia y recibirla. Pero no pueden dejar pedido que se les aplique cuando pierdan su lucidez. Esos pacientes deberán, pues, terminar su vida meses o años antes de lo que hubieran deseado. Un psiquiatra holandés que temía la carga que su propia demencia pudiera suponer un día para su familia me dijo que eso era precisamente lo que pensaba hacer.
La KNMG ha modificado algo esa posición declarando que si una seria demencia viene acompañada de fuertes dolores físicos, y si el paciente ha pedido de antemano la muerte en caso de quedar demente, entonces sí puede darse cumplimiento a su deseo.
(…) Como la mayoría de los médicos, Herbert Cohen estaba en contra de la nueva legislación que requiere que se informe de todos los casos en los que se haya puesto fin a una vida sin petición del paciente. Le parecía que era una idea tonta, teniendo en cuenta que se trataba de una práctica ilegal. «No puedes esperar que alguien se entregue después de haber cometido un crimen». También dijo que «el doctor tiene influencia en la muerte en casi todos los casos no traumáticos. La muerte es un suceso orquestado».
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NOTAS
(1) Herbert Hendin. Seducidos por la muerte. Planeta. 350 págs. 20,50 €. T.o.: Seduced by Death. Traducción: Margarita Gesta

Respetemos la forma de morir de los desahuciados

La eutanasia o muerte asistida no es algo nuevo y menos -como se cree- ligado al desarrollo de la medicina moderna. El sólo hecho de que el ser humano esté gravemente enfermo ha hecho que en las distintas sociedades la cuestión quede planteada. La eutanasia es un problema persistente en la historia de la humanidad en el que se enfrentan ideologías diversas.

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Hace pocos dias pudimos ver el caso de un ciudadano USA-Craig Ewert- en Londres, quien pudo hacer uso de un “suicidio o muerte asistida”, debido a su situación lamentable y dolorosa de parálisis permanente en la que vivía en los últimos años. Su esposa estuvo a su lado en sus momentos finales. Asimismo se filmó todo el proceso que siguió hasta terminar en su muerte voluntaria.

Craig Ewert tenia 59 años y era un científico especializado en computadoras en Chicago. Craig tomo esta decisión después de ver que su caso era irreversible. Además no quería seguir sufriendo, ni hacer sufrir más a su familia.

Considerando un resumen sobre la eutanasia, en Wikipedia, podemos leer lo siguiente:
La eutanasia no planteaba problemas morales en la antigua Grecia: la concepción de la vida era diferente. Una mala vida no era digna de ser vivida y por tanto ni el eugenismo, ni la eutanasia complicaban a las personas. Hipócrates representa una notable excepción: él prohíbe a los médicos la eutanasia activa y la ayuda para cometer suicidio.

Durante la Edad Media se produjeron cambios frente a la muerte y al acto de morir. La eutanasia, el suicidio y el aborto bajo la óptica de creencias religiosas cristianas son considerados como «pecado», puesto que la persona no puede disponer libremente sobre la vida, que le fue dada por entidades supernaturales y en el caso de religiones monoteístas como la católica por la deidad denominada «Dios».

El arte de la muerte (ars moriendi), en la cristiandad medieval, es parte del arte de la vida (ars vivendi); el que entiende la vida, también debe conocer la muerte. La muerte repentina (mors repentina et improvisa), se consideraba como una muerte mala (mala mors). Se quiere estar plenamente consciente para despedirse de familiares y amigos y poder presentarse en el más allá con un claro conocimiento del fin de la vida.

La llegada de la modernidad rompe con el pensamiento medieval, la perspectiva cristiana deja de ser la única y se conocen y se discuten las ideas de la Antigüedad clásica. La salud puede ser alcanzada con el apoyo de la técnica, de las ciencias naturales y de la medicina.

Hay pensadores que justifican el término activo de la vida, condenado durante la Edad Media. El filósofo inglés Francis Bacon, en 1623, es el primero en retomar el antiguo nombre de eutanasia y diferencia dos tipos: la «eutanasia exterior» como término directo de la vida y la «eutanasia interior» como preparación espiritual para la muerte. Con esto, Bacon se refiere, por una parte, a la tradición del “arte de morir” como parte del “arte de vivir”, pero agrega a esta tradición algo que para la Edad Media era una posibilidad inimaginable: la muerte de un enfermo ayudado por el médico. Tomás Moro, en la Utopía (1516), presenta una sociedad en la que los habitantes justifican el suicidio y también la eutanasia activa, sin usar este nombre.

Tanto para los habitantes de la Utopía como para Bacon el deseo del enfermo es un requisito decisivo de la eutanasia activa; contra la voluntad del enfermo o sin aclaración, la eutanasia no puede tener lugar: «Quien se ha convencido de esto, quien termina su vida, ya sea voluntariamente a través de la abstención de recibir alimentos o es puesto a dormir y encuentra salvación sin darse cuenta de la muerte. Contra su voluntad no se debe matar a nadie, se le debe prestar cuidados igual que a cualquier otro» – se dice en Utopía.

El darwinismo social y la eugenesia son temas que también comienzan a debatirse. En numerosos países europeos se fundan, a comienzos del siglo XX, sociedades para la eutanasia y se promulgan informes para una legalización de la eutanasia activa. En las discusiones toman parte médicos, abogados, filósofos y teólogos.

La escasez económica en tiempos de la primera guerra mundial sustenta la matanza de lisiados y enfermos mentales. El término eutanasia ha sido muchas veces separado de su sentido real. Por ejemplo, los nazis hablaban de eutanasia para referirse a la eliminación de los minusválidos y débiles (Aktion T-4). En los Juicios de Nuremberg (1946 – 1947) se juzgó como ilegal e inmoral toda forma de eutanasia activa sin aclaración y consentimiento o en contra de la voluntad de los afectados.

En el presente, se sustentan diferentes opiniones sobre la eutanasia y son variadas las prácticas médicas y las legalidades en los distintos países del mundo. Muchas prácticas de los hospicios u hogares, la medicina paliativa y los grupos de autoayuda, trabajan por la humanización en el trato con los moribundos y quieren contribuir a superar la distancia entre la vida, la muerte y las prácticas médicas.

Estos son hitos históricos producidos en el espacio público. Poco investigadas y mucho menos conocidas son las diferentes prácticas reales de las personas frente al acto de morir. Se sabe que hasta fines del siglo XIX en América del Sur existía la persona del “despenador” o “despenadora” encargada de hacer morir a los moribundos desahuciados a petición de los parientes.

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Personalmente, al igual que Craig, yo haría lo mismo. Creo que como lo he dicho varias veces, asi como hay que ser feliz y disfrutar al máximo esta vida (con responsabilidad y honradez), también debemos prepararnos para el final de nuestras vidas, sea por vejez y muerte natural o para accidentes o hechos dolorosos como pasan personas como Craig y otros más alrededor del mundo.


Hasta siempre.
Carlos Tigre sin Tiempo (CTST)

Tenemos que aprender a morir

El suicidio asistido y el turismo de la muerte en Suiza recobran actualidad tras la publicación, la semana pasada, de un estudio de la Universidad de Zúrich. Vivir y morir son dos derechos fundamentales que no se contradicen, sostiene el filósofo suizo, Hans Saner.

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Pie de foto: Hans Saner en Schützenmatt, el parque basiliense donde también solía pasear su maestro, Karl Jaspers. (swissinfo)

Este intelectual pronunció recientemente una conferencia en el marco de la exposición fotográfica ‘Vivir una vez más antes de morir’ en el Kornhausforum de Berna. Entrevista.

swissinfo: La muerte es tema tabú, al mismo tiempo fascina a la gente. ¿Por qué?
Hans Saner: Creo que estamos fascinados porque todos sabemos que vamos a morir, pero no cuándo ni cómo. En esta fascinación se mezcla una dosis de miedo que en ciertas circunstancias puede volverse agobiante. En este estado – fascinado y atemorizado – uno oscila entre la infelicidad y la felicidad de saber que ineludiblemente vamos a morir.

swissinfo: ¿Por qué dijo en su conferencia que «debemos aprender a morir a tiempo»?
H.S.: Este pensamiento de Nietzsche se interpreta hoy en el contexto de que el ser humano alcanza cada vez mayor edad, con lo que surgen enfermedades casi intratables. No debemos engañarnos; en general la vejez está asociada al sufrimiento. Por ello decrece el número de personas que a cualquier precio quieren llegar a ser muy viejas. Este es un ideal cuantitativo y falso.

Debemos preguntarnos más bien cómo conservar la calidad de vida en la vejez. Si ésta se pierde, uno tiene el derecho a decir ‘basta’. Y es que hay un doble derecho humano fundamental: a vivir, lo que significa que nadie, tampoco una institución, tiene derecho a matarme. Y a morir, que significa que si quiero acabar con mi vida y soy jurídicamente capaz de ello, nadie tiene el derecho de hacerme desistir. Estos dos derechos no se contradicen: uno prohíbe la violencia contra mí, que no se me mate; y el otro prohíbe obligarme o condenarme a sufrir.

swissinfo: Entonces tenemos la libertad también para quitarnos la vida.
H.S.: Sí. Somos seres casuales, pero en el proceso de la vida, en cierto modo nos hacemos cargo de nosotros mismos. Es decir, no somos más seres casuales, sino que estamos en el curso de una biografía que nos determina. No todo puede dejarse completamente al azar. La ansiada independencia encierra la posibilidad de ir voluntariamente a la muerte.

swissinfo: Lorenz Imhof, coautor de un reciente estudio sobre el suicidio asistido y el turismo de muerte en Suiza, afirma que la cuestión no es vivir o morir, sino la forma de morir.
H.S.: Los ancianos no temen a la muerte, sino a todo lo que podría estar asociado a ella, o sea, la posible crueldad del sufrimiento. En este caso, suicidio asistido significa ayudar a morir. El problema es hasta qué punto es aceptable el suicidio asistido activo. Creo que debería ser aceptado cuando es deseado o exigido por el enfermo grave o por quien está cansado de vivir. Y debe ser denegado cuando es llevado a cabo contra esos deseos.

swissinfo: ¿El denominado ‘turismo de la muerte’ daña la imagen de Suiza?
H.S.: No lo creo. El suicidio asistido no es un fenómeno generalizado. Las apreciaciones vienen, en parte, de estratos que han visto de cerca la eutanasia pervertida. Lo que pasó en el Tercer Reich, los asesinatos en masa, no tienen nada que ver son el suicidio asistido, que no sólo debe ser permitido sino fomentado.

El ser humano no puede quedar abandonado al destino. Tenemos el derecho a acortar el tiempo de vida. Esto es lo que quiero decir con «debemos aprender a morir a tiempo’. El proceso de morir puede convertirse en algo muy difícil para una familia, para un grupo, y si el enfermo tiene el deseo de morir, no tenemos el derecho a prohibírselo.

swissinfo: Entre los hombres de 15 a 44 años, el suicidio es la causa de muerte más frecuente en Suiza. Pero un estudio de una universidad inglesa señala que los suizos son, después de los daneses, los más felices del mundo. ¿Cómo explica esta contradicción?
H.S.: Es difícil decirlo, las escalas son discutibles. En Suiza no se muestran los sentimientos o las emociones fácilmente. El que no nos quejemos no significa que nos sintamos felices, sino que tal vez renunciamos a la queja porque, justamente, no queremos mostrar los sentimientos. Si Suiza tiene la segunda tasa más alta de suicidios en el mundo, esto puede ser un indicio de un gran sentido de libertad con relación a la muerte; no aceptamos lo que el destino nos depara. Esto tiene que ver con la dignidad que poder decir ‘no’. Es un logro si no tenemos que subyugarnos a vivir contra nuestra voluntad.

swissinfo: ¿Y a usted, qué le hace feliz?
H.S.: Lo mejor en la vida son los amigos. El estudio, la conclusión de una obra, por lo general, es una lucha ligada a mucha disciplina y dureza contra sí mismo. Después de concluir una obra me siento vacío, muchos autores caen en la depresión.

Con los amigos hay la posibilidad de la conversación, de liberarse de la opresora cotidianeidad. También el amor hace feliz, pero la amistad es más importante y más fiable. El amor viene y se va. No tenemos poder sobre él; es vulnerable y a menudo se extingue rápidamente.

swissinfo: «Filosofar significa aprender a morir», según Platón. ¿Tenemos que volvernos filósofos para aprender a morir?
H.S.: En los últimos tiempos se habla de nuevo de ello. El arte de morir es también el arte de vivir, y viceversa. Lo último de la vida es la muerte, la frontera de todo aquello sobre lo que no sabemos absolutamente nada.

* Entrevista swissinfo: Rosa Amelia Fierro, 14 de noviembre del 2008

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Breve biografia de HANS SANER
Nació en 1934 en Grosshöchstetten, cerca de Berna, y es el filósofo suizo vivo más renombrado.

Estudió Filosofía, Psicología y Germanística en Lausana y Basilea.

Fue discípulo de Karl Jaspers, filósofo y psiquiatra alemán que emigró a Suiza en 1948 y que conceptualizó una filosofía existencial basada en experiencias extremas.

Entre 1962 – 1969 fue asistente personal de Jaspers, cuyo legado póstumo se encarga de editar.

En 1967 presentó su tesis doctoral ‘La Paz eterna’ sobre los escritos de Kant, con la que ganó el premio Hermann Hesse en 1968.

Reside en Basilea y se manifiesta constantemente sobre cuestiones filosóficas y políticas de actualidad.
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